Queda menos para que veamos el estreno de la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton, según dicen, en 3D. Recuerdo haber jugado al videojuego gótico, y la estética del film irá por el mismo camino que el jueguecito, así que la cosa promete.
Del mismo Burton me entusiasmó en su día Eduardo Manostijeras tanto por la interpretación de Deep como por la estética de la película y por la exégesis que hago de ella. La presencia de Winona nunca es de mi agrado, pero qué le vamos a hacer, ahí está el toque perfecto de imperfección.
Como en Eduardo Manostijeras, todos portamos armas inamputables (producto de heridas del pasado, o simplemente características congénitas) con las que sin querer podemos hacer mucho daño, y a la vez esas armas son el motor que nos diferencia de los demás y nos impulsa a hacer cosas únicas, como los cortes de pelo o las podas perfectas de Eduardo. Será por aquello que decía Capote de que cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse.
Pues también como en Alicia en el País de las Maravillas, todos nos hemos sentido alguna vez gigantes en un mundo mermado, jíbaros en un mundo infinito o inmersos en un laberinto del que no sabemos si vamos a salir.